Por su cotidianeidad creemos que hablar es como caminar. Pero el habla es una herencia puramente histórica, aunque estemos capacitados para hablar por una disposición biológica.
El caminar es una función orgánica e instintiva, mientras que el habla es una función adquirida culturalmente, aunque adyacente, ya que utiliza músculos y nervios cuyo origen no tiene características lingüísticas.
No se habla automáticamente. El habla no evoluciona independientemente de la voluntad y el trabajo de hacerlo. No es un organismo vivo atado a las leyes de la evolución. Es un producto cultural e individual, que crece y se desarrolla de acuerdo a los estímulos que reciba. Es lo que los hablantes hagan de ella.
Pero el habla está ligada directamente a la construcción de nuestro mundo de pensamientos. No se puede pensar sin lenguaje y se piensa de acuerdo al lenguaje que se posee. No hay alternativa. La calidad de lo que se piensa y siente está relacionada con la capacidad de hacerlo con palabras.
Pedro Salinas dice que “El hombre se posee en la medida que posee su lengua”. Hablar es comprender y comprenderse, es constituirse a sí mismo y constituir el mundo. Sin lenguaje no hay mecanismos de exploración interior. No se puede pensar de manera independiente del sistema de denominar que se posee para representar los sentimientos y sensaciones con palabras.
Cada vez es más común interactuar con personas que pelean por encontrar palabras que expresen lo que intentan decirnos. Ya no en los documentales berretas de la televisión carcelaria, sino en la calle, en los comercios o en un transporte público.
Los vemos y oímos sufriendo al intentar explicarse, expresarse, vivirse ante nosotros.
Personas que no conocen su lengua y por ello viven pobremente, viven a medias, aun menos. Y nos duele no ya su incapacidad de elaborar oraciones coherentes y apropiadas. Nos duele en lo humano como nos duele un inválido.
Pero éstos no son sólo tullidos del lenguaje, mancos de la expresión; son discapacitados espirituales. Incapaces de moverse entre sus pensamientos, incapaces de nominar sus sentimientos, de precisarlos exactamente tal y como los vivencian. Según la Lingüística, amoldan sus pensamientos a los escasos centenares de términos que manejan.
Lo que es peor, es que lo que no puede expresarse con palabras nunca termina de convertirse en una emoción. Entendiendo por emoción al sentimiento connotado por la historia personal, y sus vivencias en el momento histórico en el que ocurren.
La vía es una calle sin salida. Se piensa con las palabras que se poseen. Se expresa lo que se piensa. Se siente lo que se ha podido convertir en palabras. Se convierte en palabras lo que se ha sentido.
Pero como decía Vossler “Aun en los seres más escasa y pobremente dotados vive la chispa de una lengua propia y libre. El más mísero de los esclavos, desde el punto de vista de lingüístico, es autónomo siempre en un oculto rincón de su alma”.
Pero claro. Es necesaria la Educación sistemática para salir de ésa esclavitud.
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martes, 11 de septiembre de 2007
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