viernes, 31 de agosto de 2007

El atajo de las costumbres.

Mientras no sepa para qué vine al mundo, seré mi mejor objetivo.

Podés dedicar tu vida a lo que no importa y rendir cuentas familiares y sociales. Podés pasarte veranos tratando de imitar tapas de Gente y publicidades de Quilmes. También podés elegir tener miedo, miedo a la muerte por ejemplo, miedo que la iglesia se encargará de aliviar con una mano y alimentar con la otra. No te olvides de leer el diario todos los días también, para estar más al tanto de las noticias de los demás que de las tuyas. Y de a poco, te vas a ir acostumbrando a que hay un gran sistema encargado de decirte qué colores se usan este verano y cuántos años de cárcel le dan a los delincuentes en otros paises.

Así, sin querer darte cuenta, vas a ir remplazando tu instinto y la confianza en vos mismo, por el control remoto y una afeitada más al ras. De ahí en adelante: acción y reacción. Una publicidad la acción, una compra la reacción. Noticias de la delincuencia de moda, la acción... miedo, la reacción. Así es como vas pasando de ser el protagonista de tu vida a un simple y vacío reaccionario. Así es como se toma el atajo de las costumbres.

Ser un autómata de costumbres tiene una parte mala y una buena. Lo malo es que tus tardes se vuelven aburridas, pero lo bueno es que Tinelli se encarga de compensar eso.

Una vez acostumbrado, todo se vuelve más sencillo. Las preocupaciones importantes desaparecen dando lugar a las inventadas. Te va a llevar todo noviembre decidir entre Mar del Plata y Villa Gesell, para al final elegir lo que elegís todos los años... ¿por qué? porque estás acostumbrado. Así las costumbres pasan a decidir por vos y todo se vuelve más cómodo.

Y ahí vas…
80 años acostumbrado,
80 años durando 80 años,
80 años aparentando estar vivo.

Teniendo la posibilidad de elegir, todo lo que uno haga por costumbre, es síntoma de estupidez.


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