viernes, 31 de agosto de 2007

Maestros pobres fabrican ciudadanos de baja intensidad.

Los argentinos somos considerados por los sociólogos del mundo como ciudadanos de baja intensidad.

¿Qué es un “ciudadano de baja intensidad”?

Básicamente una persona que no se anima a reclamar lo que le corresponde, alguien que considera que cualquier cosa que se le dé en el estado en que se encuentre, sea un bien o un servicio de un proveedor público o privado, es todo lo que se puede conseguir, lo máximo a lo que se puede aspirar. Para un ciudadano de baja intensidad, el derecho a reclamar o a quejarse es una atribución que no tiene que ver con la cotidianeidad de su existir. La radiografía de un ciudadano de baja intensidad coincide con la de cada uno de los argentinos, seres que andan por la vida con miedo o, por lo menos, con la sensación constante de deberle algo a alguien.

Cualquiera que hable con un norteamericano o con un europeo podrá percibir la diferencia. Basta con pasar cinco minutos con un extranjero del llamado “Primer mundo” para notar que se mueve con una solvencia y una seguridad desconocida para los argentinos. Para nuestros compatriotas está fuera de discusión el hecho de que el voto no modifica nada, de que sea cual fuere la elección, el político siempre se sale con la suya gracias al poder que uno mismo delega, de que el médico del hospital público puede optar por atender mal a un paciente, a pesar de que éste le para el sueldo cuando abona sus impuestos.

No hay ciudadanos, sino maltratados. Hay argentinos que se curan mal, que se enferman más y que terminan sus días en los hospitales sin saber cuáles son los derechos; son personas que mueren en la ignorancia de no saber que pueden reclamar una vida mejor.


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